Publicado: 29/09/2010 - Actualizado: 20/04/2016
Autor: Josep Masdeu
El comportamiento humano se fundamenta en tres pilares fundamentales: el lenguaje, el cuerpo y las emociones. Por ello, lo que hablamos, lo que sentimos y nuestra corporalidad deben estar unidos. Si estamos alegres, nuestro lenguaje y nuestra expresión corporal expresarán alegría. Si por el contrario estamos tristes, nuestro lenguaje y nuestra expresión corporal así lo darán a entender.
Las emociones son algún tipo de acto, una forma de estar el cuerpo en tensión cuando se trata de atacar o huir, en relajación cuando estamos tristes, en excitación cuando estamos alegres o amamos.
Huir de un peligro, golpear a alguien, acariciar, etc. son acciones; cuando muchas acciones se juntan para convertirse en una intención, puede suceder que perdamos de vista el sentido de lo que hacemos y que estemos sintiendo algo y no sepamos bien por qué.
Un ejemplo de estos deseos difíciles en los que nos perdemos: puede ser, por decir algo, el acto de enamorarnos. En el momento del «flechazo» parece que sentimos un amor repentino, pero esa impresión se debe a que nos conocemos poco, a que olvidamos aquellos otros momentos en los que nos hacíamos conjeturas sobre el amor, los ideales, los gustos y las expectativas para el futuro. Si deseábamos enamorarnos un día, ¿por qué cuando esto nos pasa olvidamos que estamos realizando un deseo que teníamos?.
¿Cuándo reflexionamos sobre las Emociones?
En el amor, obtenemos las cosas que se dan por generosidad y que son deseables. Podemos desear realizar nuestra sexualidad, tener el apoyo de un compañero, alguien con quien distraerse, etc. La forma de satisfacer estas necesidades, es conquistando la voluntad de esa persona para conseguir un intercambio afectivo.
La emoción está presente en todas las acciones y por este motivo siempre estamos haciendo algo; incluso en los sueños hacemos cosas que deseamos en fantasía.
Si analizamos lo que hacemos en un día “normal”, vemos que tenemos una cantidad de emociones de poca intensidad.
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En realidad sólo pensamos en las emociones cuando:
.- Las estudiamos para conocernos o reflexionar.
.- Algo va mal en ellas (por exceso, injustificación, inconveniencia, olvido, etc.).
.- Aun no siendo problemáticas, simplemente nos complacemos en su contemplación.
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.- Las queremos aumentar, exagerándolas; o disminuir, atenuándolas.
Cómo conocer y manejar nuestras Emociones
Cuando una persona dice que ha tenido «un mal día» o «un buen día» lo que nos expresa es que ha experimentado angustias, fracasos, o por el contrario, éxitos por encima de las demás emociones ordinarias. Lo mismo pasa a nivel más general, cuando opinamos de etapas más duraderas en el tiempo, como la infancia, adolescencia, etc. Es como si hiciésemos una estadística de cómo ha ido nuestra vida.
Admitimos que las emociones nos sirven para realizar nuestros deseos, saber cómo aprender lo que es peligroso, lo que es ser imprudente o cómo podemos protegernos de ciertos peligros.
No hay estudios ni escuelas donde aprender el conocimiento sobre las emociones, más bien se deja al azar de cada uno, a los acontecimientos del entorno social y al hacer las cosas como mejor podamos.
El resultado de todo esto es que nos encontramos con personas que tienen sensibilidades muy distintas y esto produce conflictos. Hay una gran incomprensión, nos conocemos poco entre nosotros y además abundan las conductas insolidarias y egoístas, que acabamos pagando entre todos.
Se da el caso de que hay sentimientos que cambian dependiendo de si producen en una relación dual o grupal. Así, alguien puede ser un poco tímido cuando se habla con él, pero en un grupo puede aturdirse completamente. No es fácil sentirse a gusto en un grupo, porque ello nos obliga a ser nosotros mismos si no queremos perder nuestra personalidad.
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