Publicado: 18/04/2010 - Actualizado: 30/09/2018
Autor: Josep Masdeu
Los chinos son gente con costumbres muy arraigadas, costumbres que a nosotros nos resultan desconocidas. No les gusta mostrar sus sentimientos, y por eso ven con malos ojos saludar besando en las mejillas, aunque sea entre mujeres. Dar la mano es un gesto que se empieza a aceptar desde hace poco. El chino no toca jamás a un desconocido: lo correcto es una leve inclinación de cabeza.
Tampoco le gusta decir que no. Prefiere mostrarse dubitativo o responder cualquier cosa. Si preguntamos a un chino dónde está una calle y no la conoce, puede mandarnos a cualquier parte. Todo menos ser maleducado y decir «no lo sé«. Los nombres chinos constan generalmente de dos o tres palabras. La primera es el apellido y la siguiente, el nombre. Por poner un ejemplo, la conocida actriz Ziyi Zhang, protagonista de muchas películas como «La casa de las dagas voladoras«, tiene por nombre Zhang, y Ziyi es su apellido familiar.
Cuando un chino ofrece algo -un regalo, un paquete de cigarrillos, etcétera- lo hace con las dos manos, y se debe recoger también con ambas manos. De no hacerlo así, se considera una falta de respeto.
De la misma forma, los regalos nunca se deben abrir en presencia de quien los da. Sin embargo, si se trata de algo que no está envuelto, como una tarjeta de visita, debe leerse obligatoriamente. El objeto nunca hay que guardarlo en los bolsillos de los pantalones: siempre en alguno por encima de la cintura.
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La tradición culinaria de la China y otras costumbres
La comida es seguramente el acto más protocolario de la sociedad china. Se come con palillos, acompañados generalmente de una cuchara de mango corto de cerámica o plástico para servirse o tomar la sopa.
Es de pésima educación hincar los palillos en la comida o dejarlos dentro del plato cuando se ha terminado. Lo correcto es depositarlos al lado, sobre el mantel.
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El chino sirve la bebida de su acompañante, pero no su propio vaso. Ese gesto debe devolvérselo el otro comensal.
Lo cortés es sorber la sopa o comer haciendo un ruido escandaloso, algo que en Occidente nos horroriza. Y no se llevan los palillos a la boca, sino al revés: se acerca la cabeza al plato.
La cocina no se parece mucho a la que vemos en los restaurantes chinos de nuestras ciudades. En China todo lo que anda, nada, corre o vuela va a la cazuela. Y lo que no, también.
La variedad de alimentos es infinita: desde algas, orugas o gusanos, hasta las más refinadas verduras y pescados. Curiosamente, el gobierno ha prohibido que durante los Juegos Olímpicos se venda carne de perro en los restaurantes y mercados para no «herir la sensibilidad» de los visitantes extranjeros.
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El plato estrella de esta gastronomía es el «pato laqueado», un manjar verdaderamente suculento que no tiene nada que envidiar a ninguna receta de las excelsas cocina vasca o francesa.
El gobierno lleva varios años haciendo campañas de mentalización para que los chinos no escupan, una antigua costumbre que practican a todas horas y en cualquier parte porque piensan que de esa forma expulsan los malos espíritus de su interior.
La gente de China es muy supersticiosa y terriblemente jugadora. Aquí se inventó el «juego de los chinos» y se practica constantemente en el restaurante, en el tren o en mitad de las calles de los «huton», los barrios típicos que están siendo demolidos para construir enormes bloques de viviendas y mega centros comerciales.
Otra costumbre muy arraigada es la de practicar taichi. A primera hora de la mañana los jardines y plazas de las ciudades están llenos de gente practicándolo.
En las aceras los empleados de los almacenes, perfectamente uniformados, realizan en grupo los mismos movimientos. Cuesta imaginar a los trabajadores de El Corte Inglés haciendo taichi en la Plaça de Catalunya antes de empezar su jornada laboral.
El taichi (o Tai-Chi), abreviatura de Tai-Chi-Chuan, es una gimnasia tradicional en la que el practicante se enfrenta a un adversario imaginario. Este conjunto de movimientos pausados proporciona elasticidad al cuerpo y ejercita la meditación.
El famoso té chino y otras tradiciones importantes
No se puede hablar de China sin citar el té, la bebida nacional. Aquí nació la planta y la infusión que con los siglos se ha convertido en sello de identidad del pueblo chino. No puede faltar en ninguna parte, y por eso en las habitaciones de los hoteles o en el propio tren siempre te encuentras con un enorme termo de agua caliente para poder prepararte un trago.
Los chinos inventaron el papel, la pólvora y, cómo no, la pasta, de la que son verdaderos maestros. Con ella elaboran una variedad infinita de platos, entre los cuales destacan los raviolis, que presentan en la mesa de mil formas, colores y rellenos distintos, siempre hechos a mano. Hay restaurantes que tienen más de cien tipos de ravioli en su carta.
Marco Polo, en su viaje por la Ruta de la Seda, quedó impresionado por el sabor y la variedad de pasta que elaboraban los chinos, y no dudó en aprender la fórmula y llevársela para Venecia. Desde entonces, Italia no puede vivir sin ella.
Hablando de seda, hace 2000 años China era la única productora de estas telas. Sólo los chinos conocían el secreto de los gusanos de seda, y desvelarlo a un extranjero era considerado como alta traición y castigado con la pena de muerte.
Se creó la Ruta de la Seda para poder acceder al Dragón y comerciar con sus preciadas telas. Hoy en día, esa hegemonía ya no existe, pero ha sido sustituida por otra: todo el planeta encarga la producción de sus manufacturas a China por lo ventajoso de sus precios y su baratísima mano de obra. Es el nuevo El Dorado.
China levantó la Gran Muralla para protegerse de los ataques de pueblos enemigos, en especial de los aguerridos mongoles. Hoy, esas murallas son restauradas no para aislarse, sino para atraer a los millones de visitantes que se espera recibir en las próximas décadas.
La Gran Muralla, con sus 7.300 kilómetros de largo, es la única obra realizada por el hombre que se divisa desde el espacio. Después de mil años, sigue dando grandeza y esplendor a su país, un Dragón gigantesco que cada vez que da un paso hace temblar el mundo.
La familia tradicional china engendraba muchos hijos. A partir de los años 60, sin embargo, el gobierno de la nación comenzó a «recomendar» una estricta práctica de planificación familiar, fundamentada en realizar la vasectomía a los hombres y esterilizar las mujeres.
Desde entonces, sólo se permite tener un hijo por matrimonio, y las parejas tratan de asegurarse un heredero varón, que es el que lleva la batuta.
Nacer niña en China es una desgracia para toda la familia. La mujer se considera una carga que en el mejor de los casos, cuando se casa y se va del hogar paterno, obliga a desembolsar una dote muy gravosa para la economía familiar.
Si no se consigue el varón a la primera, se sigue intentado, y muchas de las niñas concebidas pasan a organizaciones que las venden a Occidente para ser adoptadas.
La última tendencia del gobierno es la de incentivar económicamente con 600 yuanes anuales (57 euros) a las familias del medio rural que no tengan hijos. ¡Pobres campesinos, siempre sacrificándose por la nación!
Esta práctica ha traído nuevos problemas a la sociedad china, ya que hay muchos jóvenes que tienen que mantener ellos solos a sus padres y abuelos.
Recientemente se ha promulgado una nueva Ley de Planificación Familiar Responsable, por la que se establecen categorías. Según dicho modelo, el gobierno permite a algunas parejas tener dos o más hijos con su previa autorización.
China se encuentra enfrascada en la celebración de sus Juegos Olímpicos, y Beijing (Pekín para los occidentales), sigue tratando de ser una resplandeciente alfombra bajo la que su gobierno esconde problemas acuciantes, como la situación del Tibet y Xinjiang, la degradación medioambiental o el desprecio por los derechos humanos, por citar los más conocidos.
La falta de libertades sigue siendo escalofriante, pero a muchos chinos han, la etnia predominante, no parece inquietarles. Están demasiado ocupados tratando de hacer dinero, y como dicen allí, «si un problema no me afecta, es que no existe el problema».
Si existieran unos Juegos del sufrimiento, la medalla de oro se la llevaría de largo el pueblo chino. Esos humildes y paupérrimos campesinos víctimas de tantos excesos, que siguen sumisos (¡qué remedio!), soñando con conocer la libertad.
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