Publicado: 24/06/2010 - Actualizado: 06/04/2016
Autor: Josep Masdeu
Desde la más remota antigüedad, en la persona hay un eje central a modo de referencia que genera la relación del sujeto, lo que permite desarrollar la historia personal de cada hombre. Esta historia es la consciencia personal de que existimos.
Dependiendo de cómo se nos cuente la historia, tendremos una idea general de cómo es esa persona. Pero esta historia es muy compleja y, según sea contada, los detalles y matices podemos variar la idea referencial que tenemos de esa persona. Realmente cuando decimos que conocemos a una persona lo hacemos a través de sus apreciaciones.
Hemos de tener presente que la historia personal varía según el estado en que está la persona. Cuando una persona está sana, su perspectiva personal es verse de frente, pero cuando el proceso de la enfermedad ya está presente, la persona varía su visión, viéndose de espaldas, lo que distorsiona considerablemente la propia historia personal.
Ante la imposibilidad de poder dar la vuelta al consultante, hemos de ser nosotros los que nos movamos, veamos y preguntemos… y así conozcamos la historia con su máxima realidad.
Es muy probable que según el grado de enfermedad, debamos ser nosotros quienes le expliquemos su historia y esto debemos hacerlo a partir de la apreciación física que observamos de la persona.
El conocer la historia sería el «diagnóstico» y el actuar sería el «tratamiento». Todo este proceso es algo más complejo que saber de «medicina», la experiencia propia, es el conocimiento que debemos utilizar para el diagnóstico.
Cuando la sintonía entre consultante y sanador es buena, quiere decir que el sanador ha sabido interpretar y captar correctamente la historia del consultante, pero si no conseguimos interpretar en la justa medida la historia de quien nos consulta, este pierde la fe, la confianza y nuestra credibilidad.
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Este complejo proceso es el que busca hoy en día la gente, que considera la medicina «deshumanizada». Los grandes médicos de la historia han sido a su vez grandes «humanistas».
Hay personas que sienten «vergüenza» cuando estan enfermas y ocultan sus enfermedades porque en el fondo saben que son responsables activos de su estado.
Tres son las principales actuaciones del sanador
- Ayudar al enfermo.
- No provocarle daño.
- La actuación no debe procarle una nueva enfermedad.
Al ofrecer el tratamiento elaborado con la máxima celeridad y concreción, teniendo en cuenta a su vez las limitaciones que hemos tenido para elaborarlo, tenemos que reforzar nuestra actitud de confianza, fe y credibilidad con que vamos a mejorar y ayudar, a sanar, aliviar o calmar del todo o hasta donde sepamos, siendo conscientes de que algo podemos hacer por esa persona.
También es importante para nosotros saber estar ahí para reconfortar y acompañar debidamente, incluso en los momentos más difíciles. Tratar con ternura, alegría e ilusión porque con ello va a acabar la historia de la enfermedad y empezar una nueva historia de esperanza. Esperanza que va a dar una nueva dimension a la vida del consultante.
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La historia de una persona «enferma», es la historia de un fracaso lleno de «esperanza».
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